…y ahora todo esto en libro…

La autoedición respaldada,

No sé muy bien si se trata de nueva modalidad, pero, aunque desconozco iniciativas similares, seguro que en alguna parte se está hablando de esto mismo, se está poniendo en práctica algo parecido. No estamos solos aunque nos lo parezca, aunque a veces el ego nos juegue malas pasadas. La simbiosis radical, como dejé escrito en otro lugar, es lo que en realidad está por debajo del movimiento continuo de la inteligencia: posiblemente metacultura.

En todo caso, bien podríamos llamar así a este modelo: autoedición respaldada, y vamos a creer que lo inauguramos aquí. También es bueno alimentar nuestra autoestima, controlando las calorías, eso sí. ¿En qué consiste el modelo? Hasta ahora las editoriales, las instituciones, fundaciones, sociedades, universidades… sufragaban los gastos de una publicación, se hacían cargo de los costes. Con este gesto no solo facilitaban su difusión sino que, muy importante, dotaban a la obra de un respaldo académico, literario, técnico… suficiente al, de algún modo, arriesgar capital e imagen. En este momento ese aval económico está reduciéndose pero bien podemos seguir acudiendo a ellas para ese respaldo intelectual. No aportan el capital pero sí su carga de prestigio. Algo así como una forma de decir que esa obra cuenta con la confianza suficiente y que suscribe su contenido.

En este caso concreto debo agradecer a PROCURA (Profesionales de la cultura en Aragón) el respaldo. Su confianza. Y en función de esa simbiosis radical de la que hablaba al principio me parece justo corresponder. Si has adquirido esta obra debes saber que he cedido los beneficios. Parte de ellos a PROCURA. La otra parte, me parece imprescindible colaborar con los medios que cada uno tenemos, va a ir destinada al proyecto INTEREBOOK3, una plataforma editorial emergente. La plataforma dónde se aloja esta obra.

Nexonaútica.

Aquí tienes el libro

formato ebook en >> http://cort.as/mALT
formato papel en >> http://cort.as/mAKw
formato pdf (descarga gratuita) >> http://cort.as/mDQ2

fin

Quizá deba aclarar, por cortesía con aquellas personas que siguen registrándose, que dejé de actualizar este blog en enero de 2013. Cerré una etapa y abrí otra quizá con un ángulo más abierto no sólo centrado en el mundo de la cultura aunque también, cómo no, abordado.

Agradezco de verdad el interés que sigue despertando e invito a visitar el nuevo espacio al que migré >> http://yanotengoprisa.tumblr.com/

[#861]

Quizá la cooperación no haya sido para algunos sino una farsa ritual, una ceremonia que podía proporcionar, como mucho, aire para inflar egos. Quizá no haya sido sino un fenómeno más de esa política-parafernalia que hemos vivido en la cultura.

Es posible también que cayese en el error de entenderse como un camino alternativo para comercializar los productos culturales, por una parte, o para regularizar nuestros “modelos” de gestión y ponentes estrella. Algo, en definitiva, bien unido a ese catálogo de dogmas econoteistas que ensalzaban las maravillas del desarrollo infinito a través de la cultura.

El guiñol de la cooperación también ha demostrado tener los hilos muy débiles. Su dialéctica se ha quedado sin mensaje ahora que los principios infalibles del mercado han quedado en nada, en estafa. Ahora la cooperación cultural ya ni siquiera se tolera (tolerancia escéptica, en todo caso, si la hubo) sino que se desprecia.

Sacrificar la cooperación es otro componente más de esa renuncia colectiva que ha exigido el dios mercado. Y sus sacerdotes tecno-políticos administran bien cualquier expiación. La esencia de la cooperación siempre ha molestado como molestan los heterodoxos.

Porque, aunque se le busquen justificaciones laterales, la cooperación cultural no es otra cosa que responsabilidad compartida para el bien común (o global), para la transferencia de conocimiento, para el refuerzo de la conciencia social. Dar sentido al mundo. Eso nunca se entendió ni se quiso entender. Así nos ha ido.

Si la cultura es comunicación de significados para dar sentido al mundo y la cooperación cultural uno de los mecanismos más potentes para su amplificación, ¿podemos dejarlas en manos de cualquiera?, ¿en cualquiera que se atribuya el cometido de representarnos?

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[#860]

Una forma coherente de ver las políticas de cultura nos debería llevar a abandonar el fetiche de la participación, una participación que, entiéndase, ha sido analizada siempre más bien desde la perspectiva de la “presencia”. Posiblemente haya sucedido por la combinación de imperativos económicos mezclados con las peculiaridades políticas. En este momento cualquier planteamiento de renovación se bloquea por esta misma tendencia conceptual y se obstaculiza con las añadidas dificultades económicas por las que pasamos. Parece que desde aquí de ninguna manera podemos alcanzar el valor intrínseco de esa renovación tan deseada.

Siendo así la parálisis por esa falta de recursos, esa falta de dinero, lo que nos señala es que, en realidad ha habido, en general, muy poco fondo. Además de demostrar que esos grandes eventos a los que nos fuimos acostumbrando nada o en bien poco han contribuido a una sociedad ávida de cultura. Como bien poco o nada han contribuido a consolidar un tejido de empresas culturales sólido y autónomo. Y otra triste paradoja: nos fuimos abandonando en las manos del mercado sin saber usar sus reglas. Hasta un lego absoluto como yo en esos menesteres comprende que sin crear una necesidad (real o ficticia) malamente puede haber demanda.

La reflexión, la teoría, el pensamiento crítico y constructivo que tanto se ha denostado y despreciado desde la tiranía de la inmediatez y la cultura transitoria mientras el dinero fluía sin aparente final ha conducido a una cultura pública sin fondo y sin consistencia. Estar sereno y ser radical no es incompatible sino necesario para enfrentar los nuevos escenarios. En todo caso, el poder, político y técnico (o politécnico que es más peligroso), nunca se planteará este estado porque sus intereses corporativos no lo contemplan.

En algún momento, hace tiempo, dije que la evolución natural de las áreas, servicios, unidades… de cultura debería de ser la autoextinción si su labor se realizara convenientemente. En fin, el objetivo de alcanzar una sociedad libre y comprometida, una sociedad sin tutelas. Cada día lo veo más lejos y, por supuesto, cada vez que vuelvo a afirmarlo me siguen soltando los perros.

Y no se si me salgo del tiesto pero tengo la impresión de que un cierto postestructuralismo nos ha sorbido las mentes y ese individualismo intelectual y práctico que ha marcado el pensamiento en las últimas décadas a calado también en el modo en el que nos planteamos las luchas de la cultura. También nos individualizamos, en ciertos modos y momentos, del resto de las realidades para reivindicar “lo nuestro”. Y esas castañas que queremos sacar del fuego no son mías, ni tuyas ni tan siquiera nuestras.

Y me da la impresión de que no repensamos la cultura sino que nos pensamos y repensamos a nosotros mismos sin que nada de lo que decimos salga al exterior, a la ciudadanía que, en definitiva, es la que debe recibir esos productos que decimos son tan importantes y que, por otra parte, debe compartir y comprender nuestras aspiraciones.

¿No será que hemos caído en un proceso de autoenamoramiento? Siento que en ocasiones hay demasiado narcisismo también en nuestras filas, que ese acercamiento al ciudadano, que ese discurso tiene más de retórica que de compromiso. Que hay una justificación exagerada en la búsqueda de culpables al otro lado. Seguro que me equivoco pero algo hay que hacer también para pensar las cosas desde fuera y desintelectualizar los discursos para que se nos entienda. Empezando por mí mismo.

Deben terminar los tiempos de cultura simulada.

[#859]

Destruir la linealidad del progreso, buscar la lateralidad. El dictado del desarrollo puede que sea uno de los temas a tratar de forma intensiva en los debates sobre el futuro de la cultura. La capacidad para dotarnos de un pensamiento lateral que pueda ofrecer una diferencia tan substancial como para liberarnos de esta inercia que mueve a la civilización hacia una pereza que parece no tener remedio. ¿No es saltar las barreras lo que buscamos? Ya no parece estar la salida en alcanzar algo diferente sino en merecer algo discordante. Nada fácil. Pero es posible que haya que cambiar los pasos para inventar el foxtrot, para contactar con todos los desapegos. Si no ¿qué es lo que buscamos? El modelo ha muerto y no podemos resucitarlo. Quizá usar alguna de sus piezas todavía sanas. Pero no todos los órganos son compatibles con los cuerpos receptores. Sustituir ese camino de superficie y probar inmersiones para buscar en otros espacios quizá más profundos.

Los lugares donde hervían nuestras ideas ya no existen. Han sucumbido, han sido definitivamente abordados, conquistados y saqueados. No podemos vivir en ellos sin plantear una resistencia perdida de antemano, ellos tienen las armas necesarias para ese campo. ¿Dónde nos colocamos? Todos sus caminos conducen a los mismos principios y cualquier contradirección termina siendo reconducida, cualquier contratendencia dominada por la doctrina que transmiten y retransmiten sus medios, esos medios que custodian los valores (no nos olvidemos que la escuela y el resto de los niveles de la educación también forma parte de esa estructura protectora). Y nos domina la esquizofrenia mientras razonamos, mientras vemos como la cultura de mercadillo nunca ha conocido una forma tan masiva de consumo, cuando las fuentes de formación producen una apariencia de total escolarización. Sospechoso. ¿Es posible que se haya entregado todo con tanta venia?

Quizá la cultura tenga que refutar a la cultura. Comprender que se ha alcanzado un sedentarismo intelectual sin haber aprendido a dominar los territorios de cultivo, sin haber construido un espacio mental por donde se pueda circular con absoluta libertad, sin haber construido un hábitat propio para sobrevivir a la tiranía de quien ha parcelado y arrendado las tierras para ese cultivo. Aunque quizá, solo quizá como siempre, esta apertura de espacios pase por una actitud mental previa que cargue de una energía anímica diferente. Porque todo es siempre y  únicamente una sucesión de consecuencias. Y también porque el resto es quedarse en una reparación de superficie que hace ya demasiado tiempo que no admite más apaños. Nuevos escenarios que coloquen el foco y apunten hacia otros territorios intelectuales y prácticos, que permitan desmantelar buena parte de las herramientas mentales que impiden la incorporación de otras nuevas.

La cultura es mutante y no es posible que su entorno permanezca en el más absoluto inmovilismo. Por eso me resulta tan grotesca la actitud de determinados personajes amarrados unos pesados privilegios, tan cuestionados como cuestionables, que nos hunden sin remedio. Que nos arrastran hacia el fondo.  No es posible una verdadera reforma sin contravenir las normas existentes.

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[#858]

Estoy por decir que temo el momento en el que las políticas de cultura quieren ir más allá. Y lo temo porque se convierten en una especie de parcheadores que buscan soluciones inmediatas y estridentes a cuestiones que requieren largo recorrido. Una combinación entre desconocimiento y ambición que llena nuestras ciudades de fuegos de artificio en forma de planes, guías, modelos y estrategias de todo tipo a las que se juntan las inevitables pompas en formatos inimaginables. Reforzar el conocimiento y tapar las fugas de inteligencia es algo inimaginable para esta cultura local de galas y solemnidades. Los políticos han tomado las riendas y se ha eludido su razón profunda. Se valora la superestructura y se industrializa la sensibilidad: la cultura ha entrado en catálogo de expendeduría, una especie de inventario ikeaiano del breviario del buen político.

Porque la cultura comenzó a equivocar sus tiros cuando pretendió ser parte del establishment y avanzó una disidencia intelectual que ha devenido en esta borrachera histórica de parafernalia vacía, de buenismo empalagoso en los casos más agradables. Más aún cuando se la ha dignificado desde los relatos del pensamiento económico dominante. Pero la “cultura de consumo”, lo siento, no es el remedio para el consumo de cultura si esta es la línea que se pretende. El equívoco sobre la esencia. También la cultura se ha dejado en manos de quien ha hundido todo y pagaremos durante mucho tiempo esta sumisión institucional a la que nos hemos sometido, esta entrega a la indigencia intelectual de quienes gobierna la cultura desde la  obediencia a las corporaciones políticas que los admiten. La docilidad está reñida con la crítica. La cultura local como performance política. ¿El desahucio del pensamiento? Puede que en algunos casos también. Conozco una gran cantidad de profesionales  a los que se les ha privado y se les priva de sus capacidades: el techo de las instituciones lo señala el nivel intelectual de sus autoridades ya sean técnicas o políticas y en la cultura, vaya paradoja, es tremendamente bajo.

Aparece un escenario que bien podrá identificarse como  la “soledad de la cultura”, aquella que transita por caminos que no aceptan los cánones. Una especie de anomalía que no se deja tabular ni estabular, que no busca la normalización, los lugares comunes, los artefactos narrativos sin argumento. Una especie de anomalía que no pretende ser codificada ni embalsamada con las estrategias sociomercantiles de las corporaciones políticas que nos gobiernan. Porque la cultura convertida en intendencia no tiene salida. Y porque esa especie de consenso dócil y acrítico en torno a la cultura como bien de consumo ha hecho más daño que cualquier crisis económica que tengamos que soportar: cuando la estructura intelectual se desmorona en favor de la eficiencia y la oficialización surge el artífico.

Quizá la redistribución de la cultura no sea sino la redistribución del conocimiento.

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[#857]

Puede que sea necesario  iniciar una etapa que modifique nuestros modelos de reflexión sobre la cultura, nuestros enfoques. Lo hemos dicho a menudo, si, pero más bien me parece que no hemos sabido salir de un circulo vicioso que, a mi parecer, nos ha llevado a sucumbir ante un mantra adormecedor que desposee a la cultura de sus principios humanos, civilizatorios. Una actitud que difumina el sentido de profundidad necesaria y se aparta de la complejidad en una especie de fast food conceptual para facilitar la ingesta: sin contemplaciones, sin matices, sin esencias… una ingesta intelectual desposeída de sutilezas para satisfacer las necesidades del vacío. El expolio de lo complejo. Quizá porque la aristocracia de la economía soporta mal que existan consideraciones amplias que la aparten de los parámetros del privilegio.

Una cultura así se reduce a la generación de mitos sagrados sobre los que engendrar tabúes: la sospechosa adoración del beneficio, de las cuentas de resultado, de la acumulación contable, en definitiva y una vez más del refuerzo de las desigualdades. Ya he dicho en algunas ocasiones que la cultura es energía y que como tal la tendríamos que contemplar para abordarla convenientemente. Porque en ese, en apariencia insignificante, detalle podríamos encontrar un punto de apoyo para enfocar nuestras reflexiones. El monopolio de la mecánica sobre la inteligencia (nunca hasta ahora hemos tenido a nuestro alcance tantos productos culturales pero cuántos de ellos nos sirven en realidad de alimento).

Y así, una vez enrocada la cultura en sus manifestaciones espectaculares y financieras, desposeída de su esencia, es fácil desprestigiarla y ridiculizarla. Porque la economía capitalista no tiene alma y el valor mercantil de la cultura es como cualquier otro: explotable. ¿Qué puede importar la cultura en un escenario en el que solo interesa el dividendo? Subir la cultura al carro de la inversión y el emprendimiento para adornarla y “dignificarla” es mayor pena si los gestores, los creadores, los agentes… no sabemos crear otro discurso. Quizá sea conveniente menos comercio y más talento, o armonizar ambos. Seguramente esto responda a una cuestión bien sencilla: un cerebro simple transmite mensajes más rápidamente (no hace falta proceso) y por ello estemos acotando el discurso a al denominador común del dinero. Incluso cuando nos dirigimos al peor preparado este lenguaje se entiende.

En todo caso más que lamentar el abandono de la cultura deberíamos buscar y alcanzar los medios para abandonar a estos sacerdotes, para hacerlos inútiles ¿podemos imaginar todo lo que nos hemos tenido que degradar para entrar en sus templos? Puede que esos templos no sean los benefactores inocentes de la cultura sino los reproductores de modelos a su imagen y semejanza, lugares donde se aplican los filtros necesarios para modificar las funciones liberadoras de la cultura.

Quizá un paso sea forzar a las instituciones a dar un salto y pensar la cultura desde su esencia ¿cómo? También esto es un ejercicio de reflexión y yo, lo siento, todavía no tengo una respuesta clara. La respuesta está en la inteligencia colectiva, en una mutación colectiva que reprograme los órganos vitales de la cultura. Saquear esa lógica que la encierra dentro de unos muros construidos con bloques de obscena arrogancia, de mantras ineficaces.

Alcanzar, en fin, una especie de reestructuración mental y orgánica que nos haga crecer branquias, en el sentido que Alessandro Barrico le da en su “Los bárbaros. Ensayos sobre la mutación” para poder desarrollarnos en otro medio.

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[#856]

 

El permiso para trazar acciones socioeconómicas desde la cultura de modo que exista una comunicación multidireccional para el avance. La interconexión  de un triangulo compilador que permita mezclar, desordenar y perturbar las acciones “tradicionales” de la cultura local, que permita superar los discursos de PIB y canalizar un razonamiento desde el IDH. Emprendimiento heterodoxo.

Definitivamente el trabajo para la cultura no solo se promueve y organiza desde las lógicas de la distribución. O al menos así debería interpretarse. Sencillamente porque, volvemos al germen, la cultura supone la configuración de modelos de sociedad, de modelos relacionales y comportamentales. La esencia ciudadana.

Debe existir una correlación entre la cultura analítica, la cultura experimental y la cultura aplicada. No se puede ser demasiado optimista en cuanto a futuro de nuestras sociedades si no existe una revisión drástica de los procesos y las prácticas culturales desde el entorno local. La implicación de los esfuerzos intelectuales, los de gestión y los de suministro una visión y un posicionamiento sistémico y holístico que debe incorporar líneas de pensamiento y acción confluyentes entre las diferentes realidades, necesidades y sensibilidades.

Espacios conectados.  Enlazar los vértices de este triangulo conformador mediante vínculos que se entrecrucen, que se confundan, que se complementen… puede generar un campo de energía cultural propicio y adecuado para el logro de sociedades criticas y comprometidas.

El potencial cultural de las sociedades, de las comunidades es infinito si se desbloquean esas parcelas estancas en las que parecen estar ancladas las políticas públicas de cultura. Si conservamos los valores obsoletos de una cultura local fragmentada los resultados también serán rancios, inmóviles, ineficaces. Más allá de la cultura del acontecimiento se necesita una cultura social cooperativa que evolucione hacia modelos que eliminen las paradojas del bloqueo por competencias, un circulo vicioso que impide la flexibilidad y la concatenación necesarias para destruir esa inmovilidad administrativa que todavía nos caracteriza.

Señalar rutas abiertas y confluyentes que permitan un sistema interconectado, que funcione a partir de la contaminación, de la transmisión. Una estructura de comportamientos que se une en un ecosistema coherente que deje sus huellas en el resto de los componentes.

Nada es casual, coevolución, diseño progresivo. Quizá es un error creer que la cultura es materia y gestionarla como tal. La cultura es energía.

Y bien pensado, quizá más que un triángulo deberíamos pensar en un cuadrado en el que la educación, es decir, la acción desde los primeros momentos de la vida ciudadana, tome un valor importante en la orientación  que contextualice lo emocional y lo social dentro de la formación integral de los individuos. La formación, más bien instrumentalización según lo observado en los últimos tiempos, no obedece a la torpe tarea de llenar los cerebros humanos con datos sino de vitalizar las estructuras de pensamiento para alcanzar un grado de conocimiento tal que conduzca a una verdadera vida en libertad critica. ¿Cuál sería el camino para que se tomara conciencia de esta necesidad? ¿Por qué “todos” aman el fútbol?  Es evidente que las estrategias educativas adolecen de sentido de cultura.

Dibujo

En todo caso la cultura no permanece en departamentos estancos sino en las mentes burocráticas

 

[#885]

Deconstrucción y políticas públicas de cultura

Si todo va bien y esta situación crítica por la que estamos atravesando sirve para algo, además de para apuntalar al poder económico, las relaciones sociales, en su más amplio sentido, están destinadas a transformarse. Lo bueno es comenzar con una deconstrucción planificada y fundamentada sobre la conexión ética entra las partes que la componen de un modo fluido y libre de ese aglutinante espeso e hipercalórico que siempre han utilizado las excentricidades corporativistas de unos poderes cada vez más alejados de la calle.

La cultura también forma parte de esta necesidad deconstructora. Por supuesto. Y forma parte porque es la esencia aglutinante que crea coherencia y explica por qué nos comportamos de un modo u otro, que explica por qué nos transformamos y evolucionamos, que participa, además, de esos comportamientos, transformaciones y evoluciones. En definitiva que estimula, provoca y relata. Y porque quizá la cultura sea también ese campo akásico del que nos habla Ervin Laszlo y está implicada, mucho más allá de lo que al parecer se llega a entender en la evolución de las sociedades. Y lo está porque es la contenedora y portadora de toda la información necesaria para generar y regenerar universos (¿multiversos? ¿metaversos?), para reorganizar nuestra estructura de lo no observable: aquello que desde una reducida visión cortoplacista se desprecia. Y quizá allá esté el quid de este asunto, quizá las políticas públicas de cultura deban orientarse hacia eso mismo: la interpretación de lo no observable. Algo que supera el concepto limitado y grotesco de la cultura como mercancía. Y ¿qué es lo no observable?: las fuerzas que producen los efectos, todo aquello que realmente mueve, aquella fuerza que no vemos pero hace que la manzana caiga. Quizá las políticas públicas de cultura deba dedicarse más bien a eso, a pensar en esas fuerzas que dirigen los efectos, a pensar en las dimensiones provocadoras.

Deconstruir, como primera medida, un “econoteismo” en el que se han instalado todas las fuerzas públicas para vaciar de contenido social cualquier intervención y centrarse en mercadear con la vida y ofrecerla sin salida a clientes-feligreses en sus más variadas tipologías. ¿Por pereza intelectual? Más que posible. Es algo que siento se ha instalado en el comportamiento de nuestras políticas, de todas en general y particularmente desastroso en las de cultura. Porque quizá el pensamiento es un escollo insalvable para quien tiene como referencia la osadía del “desprecio lo que ignoro”. El discurso político es engañoso. El de las políticas de cultura no lo es menos. ¿A quién le interesa la cultura?

Y es que esa pereza intelectual es caldo de cultivo para un perfecto modelo de censura. La que se genera evitando que otras voces entren con la consecuente degradación del espacio público. Degradación que, evidentemente y además, abre el camino a comportamientos y escenificaciones cargadas de un autoritarismo desatinado que se adjudica el conocimiento absoluto sobre las necesidades de la ciudadanía.

Por ello es posible también que buena parte de los planes estratégicos de cultura entren en este escenario de la pereza intelectual y nazcan ante la necesidad narrativa como excusa, ante la necesidad de un ropaje consistente con el que vestir galas porque, en realidad, no se entiende de verdad en lo que se está trabajando. Que modifiquen las ideas en ocurrencias, en meras alucinaciones transitorias que nunca sirven como hilo argumental aunque pretendan serlo… ensayos para canalizar la oficialidad de un discurso que intenta ablandar la cultura, hacerla útil para menesteres de posibilismo político. ¿Escepticismo ante los planes estratégicos? Escepticismo ante los discursos. No sé si llegaré a apearme de la idea de que las estrategias en cultura no son sino profecías del pasado, una especie de paleofuturismo mal condensado.

Artículo completo en >> http://www.edicionessimbioticas.info/IMG/pdf/Deconstruccion_y_politicas_publicas_de_cultura.pdf

[#884]

El viejo modelo de la gestión de la cultura local debe revisarse desde los soportes mentales más que desde las estructuras. Aunque estas últimas sean las que van a ser el soporte “físico” del cambio, nada conseguimos si con ello no viene una más que necesaria oxigenación de los cerebros.

La gestión euclidiana, la administración en su vertiente más dura e inflexible (inflexible no sólo en proceso sino en alma) no hace sino transmitir sus patrones a cualquiera de los posibles planes e intenciones apuntados en el formato que sea.

La decadencia de la cultura local no es otra que el enroque en los modelos de conservación y distribución, en la dificultad de contaminación, de permeabilización. En la todavía actitud soberanista de unas instituciones que confunden delegación (la encomienda de los ciudadanos para la gestión de los asuntos públicos) con apropiación (la usurpación de las decisiones)

Los flujos de conocimiento son los verdaderos y únicos mimbres pasa construir una cultura local sana.